"Cuando se
acabó el agua que llevaba en el odre, puso al niño debajo de unos
arbustos"
(Gn 21,15)
En
el relato de Gn 21, 9-21 nos presenta peleas familiares en las que dominan el
hastío, la hostilidad, el rencor, el revanchismo. Curiosamente, Dios se
mantiene ausente en toda la primera parte de este relato sobre la expulsión de
Agar y su hijo Ismael (vv.9-16):
Sara vio que el hijo de Agar, la egipcia, jugaba
con su hijo Isaac. Entonces dijo a Abraham: «Echa a esa esclava y a su hijo,
porque el hijo de esa esclava no va a compartir la herencia con mi hijo Isaac».
Esto afligió profundamente a Abraham, ya que el otro también era hijo suyo.
Pero Dios le dijo: «No te aflijas por el niño y por tu esclava. Concédele a
Sara lo que ella te pide, porque de Isaac nacerá la descendencia que llevará tu
nombre. Y en cuanto al hijo de la esclava, yo hará de él una gran nación,
porque también es descendiente tuyo». A la madrugada del día siguiente, Abraham
tomó un poco de pan y un odre con agua y se los dio a Agar; se los puso sobre
las espaldas, y la despidió junto con el niño. Ella partió y anduvo errante por
el desierto de Berseba. Cuando se acabó el agua que llevaba en el odre, puso al
niño debajo de unos arbustos, y fue a sentarse aparte, a la distancia de un
tiro de flecha, pensando: «Al menos no veré morir al niño». Y cuando estuvo
sentada aparte, prorrumpió en sollozos.
Los
matorrales o arbustos son típicos del desierto y de la estepa. En el segundo
relato de la creación dice que aún no había ni siquiera matorrales o arbustos
porque aún no había llovido sobre la tierra (Gn 2,5). Job en su último discurso
hace una descripción de los desventurados en su último discurso, allí aparece
dos veces la palabra "matorrales":
Agotados por la
penuria y el hambre, roían el suelo reseco, la tierra desierta y desolada.
Arrancaban malezas de los matorrales y raíces de retama eran su alimento.
Se los expulsaba de en medio de los hombres; se los echaba a gritos, como a un
ladrón. Habitaban en los barrancos de los torrentes, en las grietas del suelo y
los peñascos. Rebuznaban entre los matorrales, se apretujaban bajo los
cardos ¡Gente envilecida, raza sin nombre, echados a golpes del país!
Hasta aquí podríamos preguntarnos como hace
mucha gente ¿Dónde está Dios? ¿Por qué triunfan los fuertes y fracasan los
débiles? ¿Por qué Dios no defendió al pequeño Ismael?
Agar
lo deja bajo los matorrales, como último recurso de la protección maternal,
pero Dios es misericordioso, escucha al niño bajo los arbustos, se enternece y
le habla a Agar:
Dios escuchó la voz del niño, y el Ángel de Dios
llamó a Agar desde el cielo: «¿Qué te pasa, Agar?», le dijo. «No temas, porque
Dios ha oído la voz del niño que está ahí. Levántate, alza al niño y estréchalo
bien en tus brazos, porque yo haré de él una gran nación». 19 En seguida Dios
le abrió los ojos, y ella divisó un pozo de agua. Fue entonces a llenar el odre
con agua y dio de beber al niño. Dios acompañaba al niño y este fue creciendo.
Su morada era el desierto, y se convirtió en un arquero experimentado. Vivió en
el desierto de Parán, y su madre lo casó con una mujer egipcia.
Dios es el primero que le habla a Agar
en este relato, Abraham y Sara sólo hablan sobre ella pero no a ella. Y Dios ya
no se dirige a ella como la "esclava" sino por su nombre. Los
esfuerzos desesperados de la madre encuentran una continuidad en el cuidado del
Dios de los desventurados, de los parias, de los excluidos, de los débiles.
Ismael será acompañado en su crecimiento por Dios mismo y su madre completará
su vocación casándolo con una egipcia. Los matorrales permiten llamar la
atención sobre el niño en peligro de muerte y experimentar una empatía con Agar
en relación al ser indefenso que sufre sin saber por qué sufre, sin saber por
qué ha sido excluido de la vida. Nuestra solidaridad ha de mirar hacia los
matorrales, así lo hace Dios y así lo debemos hacer nosotros.
Prof. Mauricio Shara
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