En estos últimos años, la exégesis de los
evangelios ha venido cumpliendo una evolución de notable importancia. Hasta
hace poco, estaba dominada por el método de la Formgeschichte (Historia
de las formas), que no se interesaba más por cada perícopa en particular que
por la obra en conjunto. Había varias formas distintas: sentencias
sueltas, apotegmas, parábolas, narraciones de milagros, relatos biográficos, y
se trataba de determinar su ambiente de formación y su historia en la tradición
de la Iglesia primitiva. Los evangelios eran así, despedazados en pequeños
fragmentos y no parecían verdaderos libros, sino más bien colecciones de
material para la predicación, compilaciones de recuerdos diversos. Este estudio
tenía su utilidad, pero también sus límites. Hoy, los exégetas se percatan de
tales límites y reconocen la necesidad de considerar cada uno de los evangelios
en su conjunto, ya que cada uno tiene sus propias perspectivas y su propio
mensaje. Advierten que el sentido de los distintos elementos particulares no
puede ser bien entendido sin un estudio de la orientación general que ha
determinado la elección del autor; por eso se manifiestan atentos a la
composición de la obra y a su unidad interna.
Nos proponemos aquí aplicar este nuevo método a los
relatos evangélicos de la Pasión, con la intención de mostrar su utilidad no
solamente exegética, sino también doctrinal y pastoral.
No es raro que los relatos evangélicos de la Pasión
sean utilizados como crónicas que contienen distintas informaciones. Para
lograr una imagen más completa de los hechos, se toma un detalle de Mateo, otro
de Marcos, de Lucas y de Juan, y así se piensa tener una narración más rica.
por cierto, materialmente, lo es; pero la sustancia religiosa de los diversos
relatos, que es lo más importante, corre riesgo de perderse. Para la
auténtica predicación cristiana, la materialidad de los hechos es menos
importante que su significado en el plan de Dios. Ahora bien, este significado
en el plan de Dios. Ahora bien, este significado se nos revela por medio de las
diversas perspectivas de los evangelios: por eso quien separa los particulares
históricos de su contexto, empobrece su sentido, puesto que no permite al autor
inspirado decir todo lo que ha querido decir.
LAS
DISTINTAS ORIENTACIONES
¿Cuáles son, pues, las características más visibles
de los cuatro relatos? Es conveniente indicarlas ya, a lo menos como tesis
verificables en el transcurso del estudio que iremos desarrollando.
Esquematizandom podemos decir lo siguiente.
Marcos proclama el
acontecimiento: nos hace un relato kerigmático. Expone los hechos en su
realidad objetiva, desconcertante. El estilo de Marcos es con frecuencia el de
la improvisación oral, que da a la narración un tono más vivaz. Es el relato de
un testigo. Marcos no tiene temor de sernos chocante. Más bien parecería
buscarla deliberadamente. Pone de relieve los contrastes, subraya lo paradojal:
la cruz es escandalosa, no obstante revela al Hijo de Dios. En Marcos el
misterio de la Pasión se nos impone y nos impresiona como desde afuera. El
resultado es un acto de fe, la sumisión al misterio (Mc 15,39).
Mateo, en cambio, nos ofrece
un relato eclesial y doctrinal, el relato de una asamblea de creyentes.
Esta orientación se manifiesta en el estilo mismo, que tiende a la claridad,
evita los descuidos de la improvisación y se vuelve voluntariamente
esquemático, un estilo que conviene a la liturgia. Se manifiesta, empero, aún
más en la presentación de los hechos: iluminados por la fe de la Iglesia, los
sucesos se tornan inteligibles. Mateo se interesa menos que Marcos en los
detalles concretos, pero no pierde nunca una ocasión para insistir en el
cumplimiento de las Escrituras, en la presciencia de Jesús, en su autoridad:
muestra, por otra parte, el extravío del pueblo de Israel tras sus dirigentes.
La narración contribuye a la formación de una intelección cristiana del
misterio, por medio de una participación en la fe de la Iglesia.
Lucas pone de manifiesto en
muchos lugares las preocupaciones del historiador y del escritor: tiende a
explicar mejor el desarrollo de los acontecimientos y a construir un relato
bien ordenado. No intenta, sin embargo, la fría objetividad del relator imparcial.
Su narración es, por el contrario, la del discípulo que revive la historia del
maestro. Su posición personal se expresa en la repetida afirmación de la
inocencia de Jesús, en la omisión de los detalles ofensivos o crueles. por otra
parte, la Pasión toma el aspecto de una invitación hecha al discípulo; es
necesario seguir a Jesús en el camino de la Cruz. La narración es, pues, personal
y parenética. Suscita y refuerza el empeño de cada uno en el seguimiento de
Jesús.
La característica principal de Juan está en
la insistencia sobre el aspecto glorioso de la misma Pasión. Para Juan,
la luz de la resurrección transfigura ya la historia de la Pasión. A través de
los sufrimientos y las humillaciones, Juan ve continuamente manifestarse la
gloria de Jesús. Su pasión es una pasión glorificadora. Jesús lo declara desde
el comienzo, cuando Judas sale del cenáculo: "Ahora -dice- el Hijo del
Hombre ha sido glorificado y Dios ha sido glorificado en El" (Jn 13,31).
Poco después, la oración sacerdotal anticipa la interpretación de la Pasión,
situándola bajo esta luz: "Padre, ha llegado la hora, glorifica a tu
Hijo...". Juan subraya que el suplicio de Jesús fue una elevación sobre la
cruz, no una lapidación que aplasta al hombre. Descubre en esto una intención
divina, un signo revelador. En la narración, Juan muestra en todo momento cómo
los esfuerzos mismos de los enemigos de Jesús contribuyen, a su pesar, a
revelar cada vez más nítidamente la gloria de Jesús.
EL
PRENDIMIENTO
Ya en la escena del prendimiento, la orientación
propia de cada evangelista aparece claramente.
Marcos cuenta los hechos en su
cruda realidad. Nos hace sentir el impacto de los sucesos: "Entonces
Judas, uno de los doce y con él una turbamulta con espadas y palos". Judas
besa a Jesús: es la señal. Jesús es apresado; alguien saca la espada y golpea.
Una palabra de Jesús pone de relieve la anomalía de la situación: "Como
contra un ladrón, habéis salido con espadas y palos". Jesús es abandonado
por todos. Un joven que lo seguía es atrapado, pero escapa desnudo.
Ninguna o pocas explicaciones. Marcos
no menciona ninguna palabra de Jesús a Judas, ni tampoco al discípulo que
se puso a dar golpes. La observación dirigida a los apresadores atiende menos a
explicar los hechos que a manifestar el carácter anormal de la escena. La clave
de la paradoja se halla indicada, pero en una forma elíptica. Queda una
impresión desconcertante.
Mateo, al contrario, se
preocupa por dar explicaciones. Su narración es menos concreta, sigue un
paso más claro y más digno. Para designar a Jesús, Marcos dice simplemente El
"Judas "se acercó a El"; "los otros le pusieron las
manos encima"); Mateo, con más miramiento, menciona el nombre de Jesús
varias veces: "acercándose a Jesús", "Jesús les dijo"...
Mateo, sobre todo, ilumina los hechos con las palabras: Jesús habla a Judas,
habla al discípulo que blandió la espada y le explica extensamente la táctica
divina, habla a la turba.
Si se quiere una pauta para indicar el sentido
teológico de esta escena, es preciso recurrir a Mateo. Y lo que él
nos dice aquí tiene una importancia especial por el hecho de que se trata
del impulso inicial de la Pasión: los principios que guían el comportamiento de
Jesús en el momento del apresamiento iluminan el conjunto del misterio.
Mateo nos muestra que Jesús elige, con pleno
conocimiento de causa y plena libertad, el camino de la humillación, porque
reconoce en éste el camino que corresponde al designio de Dios. Jesús rehúsa
oponerse a la violencia con la violencia, porque esta actitud, lejos de salvar a
los hombres, los encierra en un círculo infernal (26,52). Rehúsa también
recurrir a una intervención milagrosa del poder divino: no duda de que pueda
obtener del Padre una intervención de este género (26,53), pero sabe
bien que no es ésta la vía que conducirá al objetivo. Ha llegado la hora en que
deben "cumplirse las Escrituras". La expresión retorna dos veces,
primero en las palabras dirigidas al discípulo (26,54), después al final
del apóstrofe a las turbas (26,56). En este último pasaje, la frase de Mateo
no es elíptica como la de Marcos; por el contrario, constituye una afirmación
clarísima y toma una forma casi escolástica: "Mas todo esto ha sucedido
para que se cumplieran las Escrituras de los profetas".
El lector cristiano es informado, así, desde el
comienzo, acerca del sentido de los acontecimientos. Cuando la Iglesia
primitiva consideraba la Pasión, la contemplaba a través de la Escritura. Sabía
que existe una correspondencia perfecta entre el designio de Dios, prefigurado
en el Antiguo Testamento, y los sucesos, a primera vista desconcertantes, de la
semana santa. Tal correspondencia había sido revelada por Jesús mismo, quien,
antes del cumplimiento de estas cosas demostró, con palabras y hechos, que las
conocía perfectamente.
Según todas las posibilidades, Jesús no habría
expresado esta conexión de un modo tan claro y escolástico como se la puede
hallar en Mateo. De cualquier manera, los discípulos entonces no la habían
notado. Las palabras y los actos de Jesús eran para ellos desconcertantes, y
reaccionaban de manera equivocada, manejando la espada en un primer momento, y
luego huyendo y renegando de El.
Fue necesario que se cumpliera toda la Pasión, que
ella desembocara en la Resurrección, para que la luz invadiera finalmente sus
almas. Entonces el recuerdo entre el acontecimiento y la Escritura se hizo
plenamente perceptible. Sin embargo, una vez adquirida esta percepción, es
necesario recordarlo todo para nutrir, así, la fe. Es lo que hace Mateo. Su
presentación no es histórica, en el sentido estricto de la palabra; es el fruto
de una meditación que llega hasta la sustancia de los hechos.
Lucas, más atento a observar
las etapas sucesivas de la Revelación, no hace, en el momento del prendimiento,
ninguna referencia clara a las Escrituras. La fase negativa que Jesús debe
atravesar está designada como "la hora" de los enemigos y "el
poder de las tinieblas" (22,53). Estas expresiones tienen una
relación puramente implícita con la predicción de los profetas. Lucas reserva
para el tiempo de la Resurrección la revelación del cumplimiento; Cristo
resucitado "abre el espíritu" de los discípulos "a la
inteligencia de las Escrituras" (24, 25 s; 24, 25-27; cfr. Juan 2,22;
12,16).
Es muy significativo el modo en que Lucas habla de
Jesús; utiliza una fórmula indirecta: "se acercó a Jesús para
besarlo" (22,47). Una palabra de Jesús, en cambio, manifiesta su
perspicacia y subraya al mismo tiempo lo repugnante del procedimiento:
"¡Judas, con un beso entregas al Hijo del hombre!". De este modo el
cristiano es puesto en guardia contra la infidelidad al Señor. Lucas
evita insistir en el hecho del prendimiento. Lo menciona sólo rápidamente, con
un simple participio (22,54). Su devoción atenúa todo lo que lesiona
brutalmente la dignidad humana de Jesús.
Por el contrario, Lucas muestra a las claras la
grandeza de Jesús, sobre todo la grandeza moral. Esta se refleja ya en la
pregunta de los discípulos, que son conscientes de la autoridad del maestro:
"Señor, ¿heriremos nosotros con la espada?" (22,49). Se
manifiesta en la respuesta negativa de Jesús y más aún en su gesto: Jesús no se
contenta con poner fin, con una palabra, el uso de las armas; El repara
positivamente los daños infligidos: cura la herida del enemigo, dando un
estupendo ejemplo de dominio de sí y de generosidad.
En el evangelista Juan, hasta el
prendimiento, se manifiesta la gloria de Jesús. Juan subraya que Jesús
"sabe" todo lo que está por ocurrir (18,4) y con pleno
conocimiento de causa toma la iniciativa" "Salió y les dijo: ¿A quién
buscáis?". La respuesta de los adversarios: "A Jesús Nazareno",
provoca la afirmación: "¡Soy yo!". Estas dos palabras tienen un
sentido ordinario, "soy yo", pero unido a un sentido trascendente
"Yo soy", porque en el Antiguo Testamento constituyen una revelación
de Dios (Ex 3; Is 46,4,9; 47,8; 51,12). El efecto producido en la turba
evidencia el valor de estas palabras y el poder de Jesús: retroceden y caen en
tierra. Luego, la otra prueba de la autoridad de Jesús: "Si, pues, me
buscáis a mí, dejad ir a éstos". Jesús regula el curso de los sucesos de
acuerdo con su misión: "Esto sucede a fin de que se cumpliera lo que él
les había dicho: Yo no he perdido a ninguno de los que tú me diste".
Finalmente, la palabra con que reprocha a Pedro completa la perspectiva
con la mención de la relación personal de Jesús con el Padre: la Pasión es
"el cáliz que el Padre ha dado" a Jesús (19,11). En éste se
manifestará la gloria del Hijo único (1,14).
EL PROCESO
JUDÍO
Después de su prendimiento, Jesús es entregado a la
autoridad de su pueblo: lo conducen ante el sumo sacerdote. Un procedimiento
está por comenzar: es el proceso judío, segunda parte del relato. Es claro que
los evangelios no pretenden describirnos todo el desarrollo. Omiten muchos
detalles, y dejan más de una vez a los historiadores en la incertidumbre. Los
elementos que retienen son los que, bajo la luz ce la Resurrección, fueron
entendidos como más significativos e insertados, por ello, en la catequesis
primitiva. Estos elementos se nos presentan en cuatro composiciones diversas.
SESIONES DEL PROCESO
En el proceso, Marcos distingue dos
tiempos: la instrucción, contada rápidamente, y la reunión del consejo, que
tiene lugar a la mañana (15,1). La expresión empleada entonces
("habiendo preparado un consejo") confiere a la reunión un carácter
más formalmente jurídico. Marcos, empero, no espera este momento para exponer
las acusaciones llevadas contra Jesús; las refiere ya en la instrucción, que se
vuelve así la parte principal del conjunto.
Mateo adopta la misma
disposición; más aún, la refuerza dando a la pregunta del sumo sacerdote
en el curso de la indagatoria, la forma de un juramento solemne (26,63).
Lucas, en cambio, se interesa
solamente en la comparencia oficial, que se realiza de día (22,66). No
dice nada del interrogatorio anterior, cuyo valor jurídico parece dudoso. Las
preocupaciones del historiador chocan aquí con las del escritor, y así el
relato se desenvuelve más pausadamente, sin interrupciones ni repeticiones.
Juan habla poco del proceso
judío. Relata tan sólo una comparecencia ante Anás, y hace mención del envío a
Caifás.
LA COMPOSICIÓN DE LOS
RELATOS
A los elementos del proceso, todos los evangelistas
agregan otros datos significativos: Jesús fue maltratado y negado varias veces.
Marcos presenta el conjunto en
una composición de contrastes. Primer contraste: en lugar de demostrar la
culpabilidad del acusado, la indagatoria revela su dignidad. O sea, por una
parte los testimonios contra Jesús no concuerdan; por otra, Jesús, interrogado
por el Pontífice, hace una declaración pública de mesianismo trascendente. Pero
ocurre entonces un segundo contraste: la revelación de la persona de Jesús no
halla ningún eco positivo. Por el contrario, desata las reacciones opuestas: se
grita ente la blasfemia, Jesús es declarado reo de muerte, se le ultraja, y
simultáneamente su más ferviente discípulo reniega de El. Para quien juzga por
lo exterior, parece que los hechos dieran a la palabra de Jesús e desmentido
más completo. La composición de Marcos pone de relieve este contraste
paradojal.
Mateo retiene los mismos
elementos y la misma disposición. Surge, pues, el mismo contraste. Sin embargo,
antes de pasar al proceso romano, Mateo agrega una perícopa propia, la de las
monedas de Judas, precio de la sangre (27,3-10).
Algunos detalles demuestran que el lugar elegido
para insertar esta perícopa no se funda en la cronología (la compra del campo,
por ejemplo, no se hizo en el momento) sino que responde a una intención
doctrinal: Mateo quiere mostrar el sentido del proceso judío. La evocación del
dinero maldito permite a Mateo darnos la clave de la paradoja que Marcos deja
sin solucionar. Es evidente, ante todo, que el proceso es un proceso injusto:
las monedas de plata lo atestiguan abiertamente. Judas llega y confiesa:
"He pecado entregando la sangre inocente", y arroja al suelo el
precio de la traición. Incluso los sacerdotes lo admiten cuando dicen: "Es
el precio de la sangre". Se manifiesta entonces, por medio del complot de
Judas y de los sacerdotes, el cumplimiento del designio de Dios, como estaba
predicho en la Escritura: los profetas habían hablado de estos ciclos de plata (27,9-10).
Se demuestra al mismo tiempo la realización del juicio de Dios: Judas no se
beneficia de su infame ganancia, y los mismos jefes judíos escriben sobre el
terreno de su propiedad el testimonio del crimen que cometieron: el campo
comprado se llama "hasta hoy" campo de sangre. Las posiciones
respectivas del antiguo Israel y de la Iglesia de Cristo quedan así claramente definidas,
y nuevamente nos encontramos con la dupla característica de Mateo: evangelio
doctrinal, evangelio eclesial.
Lucas adopta un orden muy
diverso: cuenta primero la negación de Pedro y su arrepentimiento, describe
después los ultrajes infligidos a Jesús por los guardias y finalmente narra la
sesión del proceso y la entrega del prisionero a Pilato.
Esta composición se adapta bien a la perspectiva personal
parenética de Lucas. Aun antes de que comience el proceso, la primera
cuestión que se expone es la del comportamiento del discípulo mientras se juzga
al maestro. Cuando el maestro es humillado, no es agradable declararse su
discípulo. La narración de la negación de Pedro descubre la tentación que se
insinúa en el corazón de cada uno. Y el relato de su arrepentimiento, provocado
por una mirada del Señor que se vuelve hacia él (22,61), devela el
secreto de toda conversión.
Por otra parte, el orden elegido modifica la
relación entre la negación de Pedro y el escarnio de los sirvientes. En Marcos,
la negación sigue a los ultrajes de la servidumbre y ubica a Pedro en el mismo
contexto. En Lucas, en cambio, la negación viene antes de que se hable de
vejámenes. Se establece, de este modo, una distinción: Pedro en lágrimas no
está en la actitud de los insultadores. Así también el lector cristiano: para
seguir la Pasión del Salvador, debe revestir los sentimientos del pecador
arrepentido.
En el proceso, Lucas tiene cuidado de la dignidad
de Jesús. Omite el desfile de los testigos y las acusaciones. En seguida viene
la interrogación sobre la persona de Jesús, interrogación doble para mayor
claridad. La declaración de filiación divina no es calificada de blasfemia.
Lucas no refiere ni siquiera una fórmula de condenación. No dirá sino que Jesús
fue condenado. Aquí se contenta con señalar que después de las palabras de
Jesús, las autoridades judías consideran inútil recurrir a otros testigos. Para
Lucas es un modo de destacar la importancia decisiva del testimonio de sí mismo
dado por Jesús. De este modo se manifiesta la adhesión al Maestro.
En el breve relato de Juan, la grandeza de
Jesús aparece en rehusar someterse al interrogatorio. Jesús no da el nombre de
sus discípulos y, por lo que atañe a su doctrina, sugiere hacer una
investigación; será fácil, ya que ha enseñado sin esconderse. Cuando un
sirviente lo abofetea, Jesús con gran dignidad le hace entender su mal
proceder.
La negación de Pedro enmarca el interrogatorio y
produce un efecto de contraste que pone de relieve la persona de Jesús. Negando
a Jesús, por así decirlo, Pedro se destruye a sí mismo. Se le pregunta:
"¿No eres tú uno de sus discípulos". El responde: "No lo
soy"; literalmente, empero, dice: No soy, Jesús es; el que lo niega no es.
EL PROCESO
ROMANO
Después del proceso judío, el proceso romano,
tercera parte de la narración. La presentación de Jesús ante Pilato es descrita
por Marcos en pocas líneas. Aquí, más que en otra parte, es evidente que
el evangelista no pretende contarlo todo. El interrogatorio es esquemático
hasta la oscuridad. Marcos refiere una pregunta de Pilato, sin haberse
preocupado de prepararla: "¿Eres tú el rey de los judíos?" (15,2).
Jesús responde: "Tú lo dices". No se dará ninguna explicación.
La carencia de toda preparación pone en mayor
relieve la pregunta de Pilato. El proceso romano es el proceso del "rey de
los judíos". El título volverá a escucharse más veces en los labios del
procurador; los soldados romanos lo retomarán y se inspirarán en él para sus
crueles burlas.
Proceso extraño: algunos judíos se muestran encarnizados
contra el rey de los judíos y éste no responde nada (15,3-5); es puesto
a la par de un sedicioso homicida y el sedicioso obtiene la preferencia; el
procurador romano propone liberar al "rey de los judíos", que no es
culpable de ningún crimen, pero la multitud de judíos exige que le sea impuesto
a su rey el suplicio romano, la cruz. Pilato finalmente cede. Un epílogo
sigue entonces: los soldados se apresuran a ilustrar el veredicto con una
apropiada puesta en escena: el rey de los judíos recibe un manto de púrpura,
corona y homenajes; pero la corona es de espinas y los homenajes son burlas
acompañadas de golpes. Una vez más, encontramos en Marcos el choque
desconcertante de los hechos: el designio de Dios se presenta en una imagen
invertida.
El aporte particular de Mateo se halla en el
episodio de Barrabás. Consta de dos elementos: intervención de la mujer de
Pilato y escena en que Pilato se lava las manos. No se trata de simples
agregados. Mateo retoma todo el conjunto y nos presenta una nueva composición
óptimamente construida, donde la intención doctrinal y eclesial aparece
claramente. Quedan definidos los lazos de Cristo con el pueblo de Israel.
Cuando la mujer del pagano intercede por el "justo", la hija de Sión
exige a gritos la muerte de su Mesías, de su Cristo (en vez de "rey de los
judíos", Mateo utiliza dos veces este título). "Todo el pueblo"
toma sobre sí la responsabilidad que Pilato rehúsa (27,25).Esta toma de
posición del pueblo de la antigua alianza marca un vuelco en la historia de la
salvación.
En Lucas, el proceso romano tiene otra
perspectiva y recibe otros complementos: ante todo, el envío de Jesús a la
jurisdicción de Herodes. Para Lucas es la ocasión de denunciar un falso modo de
interesarse en Jesús, por curiosidad o por diversión, sin ninguna disposición
al compromiso personal. Con tal comportamiento no se obtiene nada de Jesús. A
la curiosidad sucede entonces el desprecio. Lucas habla aquí de burlas muy
brevemente. No hablará de la crueldad romana.
Su tema principal es la inocencia de Jesús.
Inmediatamente después de la pregunta inicial, Pilato declara que no encuentra
contra el imputado ningún motivo de condena (2 3,4). Esta declaración
sorprende al lector, porque nada la explica (para entenderla bien, es necesario
recurrir al cuarto evangelio: Juan 18,33-18).
Lucas repite y amplía, en seguida, la misma
declaración en el v. 14, donde Pilato se apoya en su propia indagación; en el
v. 15 donde interpreta en el mismo sentido el comportamiento de Herodes; en el
v. 22 cuando los judíos requieren la muerte de Jesús. Consecuente consigo
mismo, el procurador expresa nuevamente la intención de liberar a Jesús (vv.
16, 20, 22). El clamor de los judíos, no obstante, lo disuade y Pilato,
para terminar de una vez, "abandona a Jesús a la voluntad de aquéllos (v.
25).
Esta descripción refleja probablemente la lealtad
de Lucas hacia Roma, pero constituye sobre todo un modo de subrayar con vigor
la completa ausencia, en Jesús, de toda culpa. El discípulo fiel no se cansa de
insistir en este punto, sobre el cual funda su veneración por Cristo sufriente.
Lucas sabe extraer de esto una lección importante para los cristianos. Si
habrán de ser arrastrados ante los tribunales, no deberá ser por su culpa,
sino, según el ejemplo del maestro, únicamente por su fidelidad a Dios (cfr.
1 Pe 4,15-16).
En el cuarto evangelio, el proceso romano se
desarrolla mucho más. Un estudio reciente ha demostrado que el relato está
cuidadosamente estructurado en siete escenas dispuestas de manera simétrica. El
tema principal es la realeza de Jesús. El título de Basileus se repite
nueve veces. Esta realeza se manifiesta continuamente: en el interrogatorio,
cuando a Pilato que se lo pregunta, Jesús declara ser verdaderamente rey; en
las palabras que Pilato dirige a la turba: "¿Queréis que yo os deje libre
al rey de los judíos?" (18,30; 19,15); en la diversión de los
soldados que visten a Jesús como un rey (Juan no dice que le hayan quitado
después la púrpura); en la presentación final, cuando Pilato, sentándose en el
tribunal, mostró a Jesús y proclamó: "He aquí a vuestro rey".
Por otra parte, todos los acontecimientos se
ordenan de modo de verificar la profecía de Jesús acerca del género de muerte
que le habría de tocar: la elevación sobre la tierra (8,32-33; 18,32).
Se manifiesta así la gloria del Hijo de Dios.
EL CALVARIO
CONDENADO al suplicio de la cruz, Jesús es
conducido al Calvario y ajusticiado. Su muerte es el hecho capital de la
historia de la salvación. Para relatarla, cada uno de los evangelistas
permanece fiel a su orientación distintiva: Marcos, más que nada, nos
hace experimentar el impacto de los sucesos y nos sumerge en la oscuridad del
misterio; Mateo ilumina los acontecimientos recurriendo a la Escritura y
pone de relieve la dimensión escatológica; Lucas muestra la eficacia de
la cruz por la conversión de los corazones; Juan subraya el modo con que
la gloria de Cristo es manifiesta a los ojos de los creyentes.
Al comienzo y al final de su relato, Marcos
menciona algunos nombres: el de Simón de Cirene y de sus hijos, el de las
santas mujeres. Estos nombres garantizan la realidad de los hechos. Remiten a
testigos que pueden ser interrogados. Marcos anuncia los acontecimientos en la
historia humana.
Acontecimientos desconcertantes, chocantes. la
crucifixión es el resultado del proceso romano. La paradoja, que asomaba antes
en las palabras, se traduce ahora crudamente en los hechos. Jesús es designado
como rey de los judíos en un contexto que contradice totalmente esta dignidad
suya.
La serie de burlas que siguen se une sin dificultad
a la escena de la crucifixión. Pero ésta nos conduce otra vez al proceso
judío, cuyos distintos elementos retoma: la acusación de querer destruir el
templo, la cuestión de la mesianidad.
Las pretensiones de Jesús son desmentidas por los
hechos. Desde el punto de vista humano, sería necesario que Jesús
"descendiera de la cruz" (15, 30, 32) para justificarlas. Es
decir: para demostrar su capacidad de restaurarlo todo - edificando un nuevo Templo
-, Jesús debería ahora escapar a la muerte inminente. Para manifestar sus
poderes de Mesías, ahora tendría que vencer a sus enemigos. Sólo así sería
posible creer en él (15,32).
Marcos sabe muy bien que este modo de razonar es
erróneo, pero lo expone sin comentarios. Nos hace padecer el escándalo de la
cruz.
Viene la hora del juicio de Dios. No es una hora de
liberación, sino, por el contrario, de extrema opresión. Las tinieblas se hacen
más densas (cfr. Joel 2, 1, 2, 10; Heb 3, 3, 11; Amós 8,9; etc.). En la
atmósfera oscura, el grito de Jesús parece dar razón a los que lo insultaban.
No es el Templo de Jerusalén el que es abandonado por Dios y destruido, sino
Jesús, ese mismo que ha hablado contra el Templo. Una última posibilidad de
salvación se esfuma entre la ironía de los enemigos: Elías no interviene
"para aplacar la ira" (Cfr. Eccli 48,10).
Jesús muere. Parece que todo ha finalizado, en el
sentido negativo del vocablo, o sea que todo acabó en la nada. Sin embargo
Marcos observa dos hechos sorprendentes: el velo del Templo se rasga; un
soldado pagano extrae de los sucesos una conclusión inesperada: exclama que
este hombre era Hijo de Dios.
¡Qué extraño es todo esto!
Estos hechos parecen poca cosa. Tienen, no
obstante, valor de conclusión. Son dos signos que fijan el sentido del
acontecimiento en forma inesperada, paradojal. De las tinieblas surge
finalmente la luz.
Para captar plenamente el significado es necesario
prestar atención a la construcción del relato. Los dos signos, en efecto, han
sido cuidadosamente preparados.
El primer signo, el hecho de que el velo del templo
se rasga, revela la obra de Cristo, porque está en relación con la predicción
mencionada antes, en el transcurso del proceso, y repetida en las burlas de los
que pasaban contra el crucificado. Entre todos los testimonios depuestos en
contra de Jesús, Marcos retiene solamente el que se refiere a la destrucción
del templo: "Lo hemos oído decir: 'Yo destruiré este templo construido por
mano de hombre, y en tres días volveré a edificar otro que no estará hecho por
mano de hombre" (14,58). El evangelista reconoce allí una verdadera
profecía (cfr. Mc 13,2). El desgarrón abierto en el velo no es más que
el comienzo del cumplimiento: entre el cuerpo mortal de Jesús y el santuario
construido por mano de hombre existe una misteriosa conexión: no se podía
quebrantar uno sin quebrantar al otro. La predicción, empero, implicaba una
fase positiva de reconstrucción, ligada inmediatamente a la fase negativa de la
destrucción. El antiguo templo será pronto sustituido por otro no hecho por
mano de hombre. Sobre el Calvario, la confesión del centurión subraya
justamente el contenido positivo de la predicción de Jesús. prefigura la
adhesión de los paganos a la fe y su ingreso en el nuevo templo, que será
"casa de oración para todas las naciones" (Mc 11,7; Is 66,7).
El evangelio verifica aquí un tema riquísimo del
Antiguo Testamento: la presencia de Dios en el seno de su pueblo por medio de
un santuario establecido por el hijo de David, al cual se reconoce como Hijo de
Dios (2 Sam 7,2-17).
El segundo signo, la confesión del centurión, se
halla íntimamente ligado al primero. Efectivamente, el centurión reconoce a
Jesús como Hijo de Dios. Su profesión de fe responde al sarcasmo de los
pontífices que exigían para creer en Jesús Mesías, que descendiese de la
cruz (15,32). Al mismo tiempo se enlaza con la solemne declaración con
que Jesús se define como Cristo, Hijo del Bendito (14,61-62).
Si el primer signo manifiesta la obra de Cristo, el
segundo confirma la revelación de su persona, hecha delante de las más
altas autoridades del pueblo elegido.
La declaración solemne de Jesús recoge las
tradiciones bíblicas más importantes: la tradición mesiánica del Salmo 110,
en que el rey es invitado a sentarse a la derecha de Dios; la tradición
apocalíptica mediante la apelación de Daniel al "Hijo del hombre".
Jesús revela así su filiación propiamente divina. Además, se tendrá la imagen
del Justo sufriente expresada de modo sublime en el cántico del siervo de Yahvé.
A la luz de esta última tradición el contexto de humillación y de sufrimiento,
que parece desmentir la mesianidad y la filiación divina de Jesús, constituye,
en cambio, la garantía más sólida. Esto no aparece a primera vista. La luz, sin
embargo, comienza justamente en el momento de las tinieblas más negras: cuando
Jesús muere, la palabra del centurión atestigua la filiación divina. Este es el
testimonio del evangelio de Marcos.
Para los otros evangelistas podemos limitarnos a
una exposición más sumaria. Mateo sigue una exposición semejante a la de
Marcos, con el mismo mensaje. Pero nos trae más luz. Más que Marcos destaca el
cumplimiento de las Escrituras en el transcurso de la narración (por ejemplo,
en los escarnios: 27,43; Salmo 22,9). El lector puede así entender que
todo tiene un sentido positivo en el plan de dios. Las repercusiones de la
muerte de Jesús se coordinan de modo impresionante hasta hacer evidente el
alcance escatológico del evento. A la rotura del velo del Templo se agrega el
terremoto; es el fin de la era antigua. El comienzo de la era nueva se señala
de inmediato con la mención de algunas resurrecciones. Por otra parte, la
confesión de fe del centurión se extiende aquí a sus compañeros. La orientación
doctrinal y eclesial de Mateo se revela también en un episodio suplementario,
el de la guardia del sepulcro, donde la atención es ya llevada a la esperada
resurrección.
Lucas ofrece una
composición muy distinta. El muestra que la cruz transforma al mundo
de las almas, produciendo la conversión y asegurándonos la misericordia.
Jesús en el Calvario nos da ejemplo de cómo
perdonar las ofensas, rogando por sus verdugos: ¡"Padre, perdónalos, no
sabe lo que hacen!". Nos da ejemplo de confianza y de abandono filial:
"¡Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu!". Nos exhorta a la
penitencia: "No lloréis sobre mí, llorad sobre vosotros..." Convierte
al ladrón, sin necesidad de palabra. Lo mismo ocurre con la gente: muchos lo
contemplan crucificado y se vuelven golpeándose el pecho.
Lucas muestra poco interés por las
evocaciones escatológicas; le interesan, en cambio, las repercusiones
interiores de los sucesos que narra y las relaciones personales de las
almas con Cristo.
El relato de Juan está todo impregnado de
serenidad sublime. No habla de tinieblas, ni de cataclismos, no hace mención de
ningún escarnio, no usa la palabra "ladrones" (dice solamente
"otros dos" y nota la posición de la cruz, que proclama que se
corrigiera, pero no lo logran. Lo que está escrito, está escrito. Juan muestra que
Jesús conduce los acontecimientos: define la situación de su madre y del
discípulo; con pleno conocimiento de causa ("sabiendo..."),
verifica el cumplimiento de las Escrituras, declara que todo está
consumado e, inclinando la cabeza, "entrega" el espíritu".
Después de la cual, un signo divino manifiesta la fecundidad de la cruz. Así
Jesús es glorificado por el Padre y atrae a todos los hombres a creer en él.
CONCLUSIÓN
El estudio de los relatos de la Pasión confirma las
indicaciones señaladas al principio de este artículo. Los Evangelios no son
meras compilaciones de recuerdos históricos; cada evangelio tiene su
orientación y aporta un mensaje. Marcos insiste en el aspecto desconcertante
del designio divino; Mateo muestra a Cristo bajo la luz de la fe y define la
posición de la Iglesia; Lucas considera ante todo la relación personal con el
Señor Jesús; Juan discierne en todas las circunstancias la glorificación de
Jesús.
Esta diversidad de perspectivas constituye una gran
riqueza espiritual de la que todos debemos participar.
[Publicado en la revista
"Criterio", el año 1971, nº 1616]
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